REPÚBLICA DE PLATÓN. "Mito de la caverna"

29.01.2013 21:09
ALEGORÍA DE LA CAVERNA
 
 
—Vamos a imaginar —dijo Sócrates— que existen personas viviendo en una caverna subterránea. La hendidura de esa caverna se abre a todo lo ancho y por ella entra la luz. Los habitantes están ahí desde su infancia, presos por las cadenas en las piernas y en el cuello. De esa forma ellos no logran moverse ni voltear la cabeza para atrás. Sólo pueden ver lo que pasa frente a ellos. La luz que llega al fondo de la caverna viene de una hoguera que está sobre un monte atrás de los prisioneros, allá afuera. Pues bien, entre ese fuego y los habitantes de la caverna, imagine que existe un camino situado en un nivel más elevado. Al lado de ese pasaje se alza un pequeño muro, semejante a la mampara detrás de la cual acostumbran colocarse los presentadores de marionetas para exhibir sus muñecos en público.
—Estoy viendo —dijo Glauco.
—Ahora imagine que por ese camino, a lo largo del muro, las personas transportan objetos de todo tipo sobre la cabeza. Llevan estatuillas de figuras humanas y de animales, hechas de piedra, de madera o cualquier otro material. Naturalmente, los hombres que las cargan van conversando.
—Creo que todo eso es muy raro. Esos prisioneros que inventaste son muy extraños —dijo Glauco.
—Pues ellos se parecen a nosotros —comentó Sócrates. Ahora dime: en una situación como ésta ¿es posible que las personas hayan observado, con respecto a sí mismos y a sus compañeros, otra cosa diferente a las sombras que el fuego proyecta en la pared frente a ellos?
— ¡De hecho —dijo Glauco—, con la cabeza inmovilizada por toda la vida realmente lo único que pueden ver son sombras!
— ¿Qué opinas? —Preguntó Sócrates—, ¿qué pasaría con respecto a los objetos que pasan por encima del muro, por fuera?
— ¡Pues lo mismo! ¡Los prisioneros sólo logran conocer sus sombras!
—Si ellos pudiesen platicar entre sí, estarían de acuerdo en que las sombras que estaban viendo eran objetos reales, ¿no es así? Además, cuando alguien hablara allá arriba, los prisioneros pensarían que los sonidos, haciendo eco dentro de la caverna, eran emitidos por las sombras proyectadas. Por consiguiente —prosiguió Sócrates— los habitantes de aquel lugar sólo pueden pensar que son verdaderas las sombras de los objetos fabricados.
—Es obvio.
—Piensa ahora en lo que sucedería si los hombres fueran liberados de las cadenas y de la ilusión en que viven cautivados. Si liberaran a uno de los presos y lo forzaran inmediatamente a levantarse y a mirar hacia atrás, a caminar dentro de la caverna y a mirar hacia la luz. Ofuscado, él sufriría, sin conseguir percibir los objetos de los cuales sólo había conocido las sombras. ¿Qué comentario piensas que haría si se le dijera que todo lo que había observado hasta aquel momento no pasaba de falsa apariencia y que, a partir de ese momento, más cerca de la realidad y de los objetos reales, podría ver con mayor perfección? ¿No te parece que se quedaría confundido si, después de señalarle cada una de las cosas que pasan a lo largo del muro, insistieran para que respondiera qué es cada uno de aquellos objetos? ¿No crees que él diría que las visiones anteriores son más verdaderas que las actuales?
—Sí —dijo Glauco—, lo que él había visto antes le parecería mucho más verdadero.
— ¿Y si forzaran a nuestro liberto a encarar la misma luz? ¿No crees que le dolerían los ojos y que, dando la espalda huiría hacia aquellas cosas que era capaz de mirar, pensando que ellas son más reales que los objetos que le estaban mostrando?
—Exactamente —asintió Glauco.
—Supón entonces —continuó Sócrates— que el hombre fuera empujado hacia afuera de la caverna, forzado a escalar la subida escarpada y que solamente fuera liberado cuando llegara al aire libre. El se quedaría afligido y enojado porque lo arrastraron de aquella forma, ¿no es así? Allí arriba, ofuscado por la luz del Sol, ¿tú crees que él lograría distinguir una sola de las cosas que ahora llamamos verdaderas?
—No lo lograría, por lo menos de inmediato.
—Pienso que él necesitaría habituarse para empezar a mirar las cosas que existen en la parte superior. Al principio, vería mejor las sombras. En seguida, reflejada en las aguas, percibiría la imagen de los hombres y de los otros seres. Sólo más tarde lograría distinguir a los mismos seres. Después de pasar por esta experiencia, durante la noche él estaría en condiciones de contemplar el cielo, la luz de los cuerpos celestes y la luna con mucho mayor facilidad que el sol y la luz del día.
—No podría ser de otra forma.
—Creo que por fin él sería capaz de mirar al sol directamente, y no más reflejado en la superficie del agua o sus rayos iluminando cosas distantes del propio astro. Él pasaría a ver el Sol, allá en el cielo, tal como él es.
—Así lo creo —dijo Glauco.
— A partir de ahí, razonando, el hombre liberto sacaría en conclusión que el Sol es el que produce las estaciones y los años, el que gobierna todas las cosas visibles. Percibiría que, en un cierto sentido, el Sol es la causa de todo lo que él y sus compañeros veían en la caverna. ¿No crees que, al recordar la antigua morada, los conocimientos que allá se producen y a sus antiguos compañeros de prisión, lamentaría la situación de ellos y se alegraría con el cambio?
—Con toda seguridad.
—Supongamos que los prisioneros se concedieran honores y elogios entre sí. Ellos darían recompensas al más astuto, a aquel que fuera capaz de prever el paso de las sombras, recordando la secuencia en que éstas acostumbran aparecer. Glauco, ¿tú crees que el hombre liberado sentiría celos de esas distinciones y tendría envidia de los prisioneros que fueran más honrados y poderosos? Por el contrario, como el personaje de Hornero, ¿él no preferiría "ser sólo un peón del arado al servicio de un pobre labrador", o sufrir todo en el mundo, a pensar como pensaba antes y volver a vivir como había vivido antes?
—Del mismo modo que tú, él preferiría sufrir todo a vivir de esta manera.
—Imagina entonces que el hombre liberado regresara a la caverna y se sentara en su antiguo lugar. ¿Al retornar el sol, él no quedaría temporalmente ciego en medio de las tinieblas?
—Sin duda.
— ¿Mientras estuviera con la vista confusa, él no causaría la risa de los compañeros que permanecieron presos en la caverna si tuviera que competir con ellos sobre la evaluación de las sombras? ¿Los prisioneros no dirían que la subida hacia el mundo exterior le había dañado la vista y que, por consiguiente, no valía la pena llegar hasta allá? ¿Tú no crees que, si pudieran, ellos matarían a quien intentara liberarlos y conducirlos hasta lo alto? ,
—Con toda seguridad.
—Toda esta historia, querido Glauco, es una comparación entre lo que la vista nos revela normalmente y lo que se ve en la caverna; entre la luz del fuego que ilumina el interior de la prisión y la acción del sol; entre la subida hacia afuera de la caverna, junto con la contemplación de lo que allá existe, y entre el camino del alma en su ascensión a lo inteligible. He aquí la explicación de la alegoría: en el Mundo de las Ideas, la idea del Bien es aquella que se ve por último y a gran costo. Pero, una vez contemplada, esta idea se presenta al raciocinio como siendo, en definitiva, la causa de toda la rectitud y de toda la belleza. En el mundo visible, ella es la generadora de la luz y de lo soberano de la luz. En el Mundo de las Ideas, la propia idea del Bien es la que da origen a la verdad y a la inteligencia.
Considero que es necesario contemplarla, en caso de que se quiera actuar con sabiduría, tanto en la vida particular como en la política.
 
Ribeiro, Jorge Claudio, Platao, ousar a utopia, Sao Paulo, FTD, 1988.